Tenemos mucha Presidenta
Algunos, desde su machismo, dijeron que la primera mujer presidenta de México no tendría la fuerza para gobernar este país. Que no tendría libertad, determinación, ni sello propio. Que su mandato estaría marcado por la sumisión, la debilidad y el estancamiento. Que lejos de enfrentar los retos que supone encabezar un país, se doblegaría. Que lejos de mandar, obedecería.
El domingo pasado la Presidenta mostró —una vez más— que estaban muy equivocados. Ante un Zócalo repleto, la mandataria informó al pueblo de México sobre el acuerdo alcanzado con el presidente Trump mediante el diálogo y la cooperación, a fin de que nuestro país no tenga que pagar aranceles del 25 por ciento por aquellos bienes incluidos en el Tratado comercial entre México, Estados Unidos y Canadá (T-MEC).
Contrario a lo que afirman los opositores, este no es un logro menor. El acuerdo dio certeza a los mercados y evitó un daño incalculable al desarrollo económico de ambas naciones: caída en las exportaciones, pérdida de empleos, reducción de inversión extranjera, disrupción de las cadenas de suministro, entre otros. Además, previno el deterioro de una relación bilateral que tiene décadas de historia compartida, y que es fundamental para la seguridad y prosperidad de ambos países.
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